Velada de gallos en la Avenida Insurgentes, la más grande de toda América Latina, en Ciudad de México. No fue fácil grabar "Yo soy Gallo dondequiera". Las canciones existían desde hacía tiempo, pero sin amistades en el negocio, poco practicaban los Liquidadores su honrada profesión de músicos. Por fortuna, encontraron provecho y alimento acompañando los espectáculos de gallos. Las noches de riñas son realmente entretenidas, los Liquidadores disfrutan a placer en tal ambiente. Los aficionados saborean la pelea, pura exhibición maestra de golpes y arremetidas, hasta que el animal dobla la pechera en la arena. La banda Don José Liquidadores ameniza el sangriento espectáculo con sus canciones, como humildes intérpretes de corridos y narcocorridos, rancheras y psychorancheras, cancioneros todos del gusto popular. Beben pulque con moscas, comen despojos de gallo muerto. La música era, por aquel entonces, un oficio de supervivencia y sacrificios.
Sobre la cancha de la gallera, al fin el gallo de oro, el gallo ganador: Golden Acapulco, un ejemplar de fina ley. A talón desnudo, sin envolturas ni añadidos artificiales en sus espolones, es el mejor macho. Con el negro plumaje brillante de la verdad, huele a romero y albahaca. Pico y espuela de navaja de plata, el mejor gallo americano. En las peleas entre iguales y a libre peso, sin límite de tiempo, hasta que uno de los gallos muera, Golden Acapulco vence en todos los coliseos, ruedos, reñideros y palenques, en todas las galleras valladas de arena compacta. La Asociación de Criadores, Amarradores, Cacareadores, Pesadores, Traberos y demás Amigos del Círculo Gallístico a Navaja y Talón Desnudo, así lo ha constatado en las múltiples ocasiones, veladas, encrucijadas, trofeos y campeonatos donde ha sido invitado Golden Acapulco.
El reñidero es fiesta oscura, puro tumulto y jaleo, y la banda en el escenario gustaba a la afición gallística. Sus canciones seguían los rastros de jarochos, tangos y saetas, danzones y boleros, chichas y soleás, garrotines y medias bulerías. Entre el olor de gallos ensangrentados y la ayahuasca quemada, termina la pelea, el gallo colorado, contrincante de Golden Acapulco, cae muerto. Continúan las canciones, se hace velorio y fandango, se prepara la cazuela con los restos. Se come el vientre, el pescuezo, las dos patas. Carne de gallo, exhausta de combates. Muerto, tras la embestida en la gallera, no es más que residuo molido. Los hombres gimen de placer ante el gallo colorado y sangriento, gimen con placer obsceno. Hacen pausa callada, apenas respiran, aguardan los huesos preciosos del gallo. Gozan en charco fangoso, hacen hueco ancho y profundo en el estómago, hay tormenta en el cielo, suenan las maracas de huesos de gallo. Los hombres parecen a veces animales salvajes, rabiosos, ciegos de ardor, sonrientes y alegres en ocasiones, formidables machos invulnerables. Venas y entrañas de gallo son un filón caudaloso y su sangre los alimenta. "El trabajo de los hombres no lo hacen los niños; los sucesos nos ponen en nuestro sitio", se repiten a sí mismos. Pero aquí se dice poca verdad, sólo hay ruido de animales. No hay hombres de palabra, ¿dónde están los hombres de verdad?. Si los hay, me los como.
Rocknroll, fandangos y surf, para todo tipo de fiestecitas. Hacen garaje, psychobilly, y alguna que otra jota. También
spaguetti western endemonidado y cancionero latinoamericano.
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