Sobre El Jinete de Sonora

La función va a comenzar. Bajo un sol descarnado, ante una imponente comitiva fúnebre que reunía a todo el pueblo natal del fallecido, con el llanto de familiares y plañideras, Don José sobre el escenario tenía decidido abrir su actuación con la canción El Jinete de Sonora, sin más preámbulo ni artificios. El velorio por el alma de don Isidoro Quintanilla, feliz dictador del Estado de Sonora, en plena frontera entre México y Estados Unidos, se desarrollaba tal y como el patrón había dispuesto en sus últimas voluntades. La corona funeraria era hermosa, con sus flores de opio, sus margaritas blancas, sus malvas reales, tal y como deseó Quintanilla. La comitiva que acompañaba el féretro le pedía favores y milagros al muerto: sáquemelo de preso a mi muchacho, que salve la vida en la balacera, hágamelo fuerte y sano, que no lo agarren a traición, ruega por todos Isidoro. Recién muerto, ya se le consideraba santo, mediador para los vivos, sin importar delito o condición. La banda se propuso no defraudar y volvió a entonar la canción favorita del feliz dictador. La blanca figura había decidido el día de tu suerte, tu día final, te dejaron tieso y sin caballo Quintanilla. La fosa estaba abierta y la tierra final iba a cubrir tu cuerpo, porque Isidoro, a todo cerdo le llega su San Martín. Hay hombres que luchan, hasta el final, hasta la muerte, tú eras uno de ellos, pero ya sabías que algún día tendrías que responder por tus actos; ahora te toca hacerlo. Los sucesos nos ponen en nuestro sitio (pero nosotros somos más fuertes), Don José Liquidadores te dedica esta canción, El Jinete de Sonora, esperando que vuelva a ser de tu agrado, como el trago generoso que tanto te gustaba de un Tequila Tres Oros, sentimental y salvaje. De sonido afilado y herido, El Jinete era interpretado en los mejores funerales, como un desafío a la vida y a la muerte en estas tierras calientes. También lo hacían sonar en ferias y variadas casas de dudosa fama, recordando a los danzantes y parejas agarradas la debilidad de sus carnes mortales. Ahora Isidoro Quintanilla, feliz dictador, terrible y cruel cuando era necesario, generoso con los tuyos, as de corazones en ocasiones, comienzan a cubrir tu féretro con la tierra definitiva. El ataúd lleva una campanilla dentro para que el fallecido pueda hacerla sonar si revive. Ahí no suena nada. La gente lleva flores, gallos, una guitarra y botellas de tequila. Los hombres hacen su trabajo: cargan el cuerpo sobre sus hombros, cavan la fosa final. Varias mujeres lloran arrodilladas a tus pies. Las lloronas agarran la tierra con rabia, cierran los puños desconsoladas, lanzan infamias dolientes en un quejido sin fin de lamentos profundos y lágrimas desgraciadas: ¿por qué nos lo arrebataste tan pronto, blanca dama, flaca señora?, ¿por qué nos castigas con el látigo de tu misión?.