La llamada “Tasca Serreña” es una cantina real con mesas sencillas y con una mujer de unos sesenta años, doña Rosarito, sin novio ni marido, que prepara allí la botana: esa comida y poca cosa que acompaña el trago. Los afanados camareros, de camisa blanca y pajarita, serviciales como se precia en los buenos meseros, ofrecieron a los Liquidadores un tequila que les anunciaron alegres y decían, era suave. Los Liquidadores, perfectos ignorantes recién llegados, desconocían si era un tequila para señoritas o señores, afamado o triste, popular o caro, tal vez era un simple preparado para fregar el suelo. Tampoco les importaba ni tuvieron intención de preguntar más por ese tequila fuera de la Tasca Serreña. “Timador” rezaba la etiqueta en el cristal. Superada la primera arcada, se aguantaba la botella entera. Los Liquidadores no se detuvieron hasta que los camareros no les dieron el alto, momento en el que iban tan borrachos y hablaban tan a gritos que ya no les admitieron el paso en ningún otro local. Así transcurrieron las primeras noches con Don José en el Distrito Federal: probando muchas cantinas, tequilas, mezcales y pulques, acabando tomados, riendo a carcajadas y entonando sones tristes y de despedida a la madrugada. Su afán era probarlo todo, la especialidad de cada casa o lo primero que les sirvieran, también los moles y distintos manjares de cada extremo y lugar de la República de México. No se acompañaban de señoras bien perfumadas, que también las había, más bien ni se acompañaban, aunque se quedaban atentos a las mujeres de trago generoso y echadas para adelante. La banda, compuesta por tres miembros (dos guitarristas empeñados y un batería experimentado), llegó a la Ciudad de México sin ser invitada pero con dinero en el bolsillo y dispuesta a explotar toda la ciudad. Sin embargo, las noches al principio solían culminar en un verdadero despropósito: nada era como los Liquidadores se prometían, tenían que fiarles en las partidas que perdían, y por donde andaban, se terminaba celebrando su marcha. De todas formas, siempre fueron muchachos educados y cordiales, amantes de las canciones tristes y repeinados a una manera antigua. Así pues, pese a los infortunios del juego y la bebida, sin duda caían simpáticos y hablaban con amor, y en cuanto podían, se arrancaban con tonadas de puertos y desiertos, canciones que decían aprendieron bajo el sol y solitarios. Eso repetían, como si fuera importante, nosotros venimos y caminamos bajo el sol y solitarios. La gente decía, ahí van los muchachos bajo el sol y solitarios. Gustaban, sus canciones gustaban, y Doña Rosarito, la cocinera de la botana, sentía una especial predilección por ellos. Está usted de muy buen ver, doña Rosarito, le agradecían los Liquidadores. A lo que ella, para todos contestaba: me sobran energías muchachos.
credits
from Al fin que para morir nacimos,
released December 24, 2013
Texto perteneciente al relato "LOS SUCESOS NOS PONEN EN NUESTRO SITIO": sobre cómo la banda Don José Liquidadores aterrizó en México y desarrolló allí su oficio con maestría hasta grabar las canciones que componen su primer trabajo "Al fin que para morir nacimos".
Rocknroll, fandangos y surf, para todo tipo de fiestecitas. Hacen garaje, psychobilly, y alguna que otra jota. También
spaguetti western endemonidado y cancionero latinoamericano.
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