Sobre Quiero la cabeza de Fernando Alfaro

Eran los tiempos en que Fernando Alfaro vivía. Su cabeza todavía no rodaba por el asiento delantero de un coche, no iba metida en un saco apestoso, supurante y húmedo, entre moscas y hielo. Antes de que pusieran precio a su cabeza, hizo buenas migas con Don José Liquidadores. Acudían juntos a las fiestas, Fernando Alfaro sabía divertirse y divertía a los demás. Tenía todavía la cabeza sobre sus hombros, sí, y se creía disponer de toda la vida por delante, para su completo disfrute, sin temores ni accidentes. Se lo pasaba bastante bien, muy rebien, mejor que nadie, el gran chingón hijo de su madre y pendejo lo pasaba realmente padre, y con frecuencia, no era extraño que terminara jugándosela a alguien, no era de fiar.

Fernando Alfaro era todo madrugada, buscaba su noche de fuego. Montaba a caballo con gracia, se vestía bien, se repeinaba como un gavilán con rancho. Por destino divino era simpático y seductor, buen bebedor, buen vividor. Gustaba de las noches en clubes con extranjeras, damas predispuestas a la aventura, y quedaba siempre el último y con cualquiera. Cualquier parecido con Alfredo García es mera coincidencia intencionada. Hablamos de Fernando Alfaro, puro y aventurero. Su cabeza es verde y de sus ojos salen flores, de su calavera corazones, con tu bigote de conquistador, querido Fernando Alfaro, no hay mujer que se resista. Guanajuato le recuerda en sus bellas calles, tan apuesto y elegante, músico a ratos, sin cabeza en su lecho final, la fosa abierta, la tierra abierta, Fernandito, Alfarito, eras una serpiente bailando un fandango.

Don José Liquidadores y Fernando Alfaro llegaron juntos a caballo, con un clavel en la solapa de su traje. Era una fiesta popular en "El nido de la serpiente", un bar en la Zona Rosa de la capital, un área pacífica y de libertades donde las calles tienen nombre de ciudades europeas: Hamburgo, Liverpool, Amberes. El nido era una especie de tasca cabaretera, con singular y excepcional combinación de cocina y espectáculos. Tenían tacos al pastor, sincronizadas, alambres, carnitas... había donde elegir y se comía bien. Respecto al ambiente, claramente se trataba de una cantina gay friendly. Fernando Alfaro llevó a Don José Liquidadores a una homo-tasca, con su grass-ambient, carne a discreción y hombres del otro bando en tirantes comiendo cerdo.

El espectáculo corría a cargo de una señora ruda y salvaje, pura y demoníaca, tuerta y lagarta, se hacía llamar "La Diana Cazadora", como esa estatua en el Paseo de la Reforma, próxima al Ángel dorado de la Independencia. Aquella criatura bailaba como si fuera a deshacer los edificios, como si sólo fueran a existir, tras ella, fachadas de piedra negra. Grave y exquisita, agita los brazos y el látigo, lucha y castiga. A Don José le encantan sus piernas y su colección de bikinis. Sólo falta el fuego bajo sus pies, un gran incendio alrededor que inflame en llamas el escenario, al son de sus caderas y al chasquido de sus dedos. La serpiente ahuyenta al jaguar, aleja al águila sobre el nopal, aquí todos lo saben, Don José Liquidadores también, Licenciados en la Verdad. Pero aquí se dice poca verdad, sólo hay ruido de animales. No hay hombres de palabra, ¿dónde están los hombres de verdad?. Si los hay, me los como.