Los rosales crecen plenos en nuestro Ranchito en el Álamo Gordo. Aquí, en el lado estadounidense de la frontera, en Nuevo México, viajamos con la distancia suficiente y segura al son de las drogas y las armas. Atendidos por la señora Ana Obregón de Montoya y Etxeberría, residíamos invitados por ella en su ranchito. Conocimos cancioneros antiguos, vivimos un período lleno de comodidades, delicioso, y encontramos las canciones que hablan del tráfico y los narcos, de los capos de la cocaína que viven bien y tienen todos los lujos, que gastan mucho pero que fueron humildes hasta empezar a colar kilos de carga blanca por la frontera. En avionetas, contenedores de barcos, llantas de neumáticos, dobles fondos en equipajes, mulas embarazadas. "Contrabando y traición", una gran canción que interpretan los Tigres del Norte. Es la historia de Emilio Varela y Camelia la Tejana, tiene muchos admiradores. "Hay hembras de corazón, y del dinero y de Camelia nunca más se supo nada".
Los narcocorridos tienen que decir la verdad, contar los hechos como son, reales y auténticos. Romances épicos a la antigua usanza. Hay balazos, tragedia, secuestros, venganzas, asesinos a sueldo, clientelas, humillación y torturas. Se tocan en los bares de carretera, en los centros nocturnos, en las cantinas por las tardes y a cualquier hora, en los pasos fronterizos y en los video-disco bar, entre hombres y mujeres decentes, entre valientes que se enfrentan pecho a pecho, entre hombres derechos y de ley, también entre borrachos y animales, entre asesinos y farsantes, estafadores y mentirosos, desleales y ambiciosos, infiltrados y tenientes, entre la autoridad y los gobernantes, entre gente, al fin y al cabo, de toda condición y clase. Es desagradable la traición. En el discurso propio de la narcocultura corre sangre de caballo por las venas, corre la sangre de los jinetes heridos.
La dama Ana Obregón de Montoya y Etxeberría tenía aspecto de condesa y podría considerarse una buchona, esas mujeres queridas de los narcos. Participaba del negocio, tenía un piano blanco francés, de cola y con teclas de oro, jirafas en su ranchito y mármol rosa en el cuarto de estar, caballos andaluces y el cuerpo casi perfecto moldeado por la cirugía estética. Le gustaba ceñirse en sus jeans y botas tejanas, practicar el tiro al plato con su gorra de béisbol y las uñas postizas de porcelana. Preocupada por su aspecto físico, gastaba por igual en relojes de oro y zapatos de tacón italianos. Lindas prendas y joyas de peso. Ahora su último capricho, consistía en patrocinar carreras a jóvenes músicos. En este caso, Don José Liquidadores accedió a sus deseos y se traslado a su Ranchito en el Álamo Gordo para probar fortuna. Querida Ana Obregón, los muchachos nunca se encontraron bien contigo, los ves y sufres porque no son trofeo y no han nacido para ser gallinas sino gallos, y por eso no puedes disponer de ellos. Te abandonan y regresan a mejores tierras, donde se escuchen los tambores primitivos que anuncian sacrificios de vírgenes arrojadas al volcán.
Rocknroll, fandangos y surf, para todo tipo de fiestecitas. Hacen garaje, psychobilly, y alguna que otra jota. También
spaguetti western endemonidado y cancionero latinoamericano.
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