Varias mujeres lloran arrodilladas al pie del sencillo ataúd de Fernando Alfaro. Agarran la tierra con rabia, cierran los puños desconsoladas, lanzan infamias contra la vida y la muerte. Era joven, robusto, tenía aún toda la vida entera para bebérsela. El sol castigador del mediodía ilumina el cementerio con dureza descarnada. La familia ha contratado a un corro de plañideras dolientes para que ejecuten su quejido sin fin, sus lamentos profundos, sus lágrimas desgraciadas. Los hombres hacen mientras su trabajo: cargan el cuerpo sobre sus hombros, cavan la fosa final. Medio pueblo ha acompañado el último paseo de Fernando Alfaro por las calles polvorientas hasta el humilde cementerio local. No hay épica posible, ni epitafio ni palabras que den sentido a este funeral, pero aquí yace otro hombre que luchaba, otro héroe conquistador, repleto de aventura y desenfreno; pero el que la hace la paga, y de esta ya no te levantas, te dejaron tieso y sin caballo.
El velorio organizado, muy católico y muy digno, tiene lugar a las 12 de la mañana con la presencia de la madre, el abuelo, los hermanos, demás familiares y vecinos del pueblo natal del fallecido. El conjunto se completa con una orquestina vestida de blanco y su repertorio popular. Toca las canciones con fanfarria y alegría para despedir al difunto. Las plañideras por su parte no cesan de llorar, que para eso les pagan. Muestran la infinita desolación por la pérdida del hombre, ¿por qué nos lo arrebataste tan pronto, blanca dama, flaca señora?, ¿por qué nos castigas con el látigo de tu misión?. La comitiva de lloronas lleva el velo y luto rigurosos, como les es propio, y la principal de las enlutadas, bajo el negro de sus telas de la cabeza a los pies, marca el tono apropiado de llanto con el que hay que honrar al difunto, en base al sueldo recibido y en base a la clase social del muerto. Rellenan con sus lágrimas unos vasos transparentes que dejarán junto al muerto en su descanso eterno.
Comienzan a cubrir el féretro con la tierra definitiva. El ataúd lleva una campanilla dentro para que el fallecido pueda hacerla sonar si revive. Ahí no suena nada. La gente lleva flores, gallos, una guitarra y una botella de mezcal. Dejan un rosario sobre la cruz, se reza y se lamenta. Lo que disfrutaron los cristianos, ahora se lo comerán los gusanos. El cuerpo, como comprobaron los Liquidadores presentes en el funeral, fue introducido completo en la caja de madera, todavía tenía la cabeza sobre los hombros y así le dieron sepultura.
Rocknroll, fandangos y surf, para todo tipo de fiestecitas. Hacen garaje, psychobilly, y alguna que otra jota. También
spaguetti western endemonidado y cancionero latinoamericano.
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